Sincelejo Cuestarriba, habitante de Mogaridón, gran pueblo atrapado entre los volcanes de los Rios Verna y Terna, repleto de mágicos olores azufrados que trae a cualquier ser, de regreso del mundo de los ensueños. Pero a Sincelejo Cuestarriba, si que le costaba trabajo bajar, simplemente no podia aterrizar, volaba con los olores de Mogaridón, tan alto, que su padre decidió atarle una cuerda y una piedra para poder mantenerlo en pie. Tan preocupado estaba el mismo de su situación, que decidió visitar un buen y afortunado día, a Amanda Pia de los 7 Aromas, quien tenía gran fama, en aquellos lares, de no fallarle a los misterios que circulaban en Mogaridón. Allí llegaron Sincelejo y su padre, bien vestidos y desayunaditos, aquel muy atadito a la piedra, sintiendose cada vez con tal liviandad, que ya no tardaba en emprender vuelo otra vez. Llegar al jardín de Amanda Pia de los 7 Aromas era cosa del otro mundo, plantas salvajes y silvestres, se daban vida allí, entremezclando sus infinitos aromas y creando una combinación tal, que hasta el más anósmico lograba sentir destellos aromáticos en su interior.
Al fondo, una puerta, azul turquesa, brillaba y llamaba a todos a entrar... sin más tardanza, Sincelejo Cuestarriba corrió y la abrió, encontrandose cara a cara con esta hermosa joven de tan larga cabellera, que se enredaba entre las raíces de los árboles que dentro crecían.
Amanda Pia de los 7 Aromas, tenía la manía de exprimir las plantas, y sacarles todo el jugo que en su interior contenían, después lo guardaba en miles y miles de diminutos recipientes que ella misma fabricaba. No había necesidad de anotar lo que mezclaba, ella solo tenía que oler, para saber los misterios que allí guardaba. Era muy extraño lo que sucedía, pero cada vez que alguien esa puerta azul cruzaba, resplandecía con tal intensidad desde su interior, de tal manera que emanaba una variedad sublime de colores, al igual que los frascos mágicos de Amanda Pia de los 7 Aromas y todos, absolutamente todos, vibraban en la misma frecuencia. Este encuentro era, ni más ni menos que el remedio más eficaz que podía existir para un alma aturbulada.
Dicen, los sobrevivientes de Mogaridón, que en el minuto que Sincelejo Cuestarriba abrió su frasco y olió el aroma que de el se desprendía, la piedra se desvaneció y Sincelejo en tierra permaneció.
Cientos de años han pasado y en los restos de aquel gran pueblo mágico, un pergamino roto y mal oliente revelaba el secreto de tan eficaz mezcla:
"3 jugos mágicos he depósitado para Sincelejo, con toda la buen intención de que aquí se quede y no juguetee, Vetiver dejame ver al noble Cedro que lleva adentro ya que de el, es el Laurel."
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